... eso dijo una estudiante esta semana, mejor dicho, gritó. Una de las mejorcitas, hace su trabajo, me parece que está (o estuvo) interesada en mi clase. Ayer hablé con ella (con el permiso de Almodóvar) y le dejé saber que sus palabras las consideraba ofensivas, que me sentí herido, pero que si habia algo que le preocupaba o que no le gustaba de la clase que me lo dejara saber. Que me ayudara a ser mejor maestro.
Por supuesto me dijo que todo estaba bien.
Después de la conversación noté un cambio en ella. Por lo menos, creo, que he logrado re-encamirnarla, aunque sea temporal mente, de nuevo a la clase. Pero hay algo que no le dije. Yo también odio la clase.
Nunca me he enfrentado con tanto desinterés por lo que hago. Desinterés no es la palabra, es desidia, es indiferencia. O todas ellas en perfecta harmonía jodedora. No importa cuánto me preparo, no importa qué embeleco me saco de las tripas, no importa no importa no importa. Y eso me rejode.
No es que tenga delirios de importante.
Si los tuviera lo sería. Pero no lo soy, y si madura como pinta nunca lo seré. Pero de infulas de petulancia a mojón de esquina hay mucho camino. Por lo menos en este caso.
La casa está al día. Los biles se pagan a tiempo y en la cocina sobra la comida. Eso es lo que importa.
sábado, 26 de enero de 2008
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